Trastornos del lenguaje
Si un niño tiene problemas de lenguaje, ¿cuál sería la mejor edad para intervenir?
¿A los 18 meses de edad, cuando recién comienza a aprender el lenguaje, cuando tiene cinco años, cuando está en la escuela?
La mayoría de las personas diría que esto es una obviedad, una intervención temprana se prefiere en algunos aspectos:
- Hay todo tipo de consecuencias secundarias de las dificultades del lenguaje: efectos en la autoestima, resultados educativos y en las interacciones sociales.
- Potencialmente, estas consecuencias podrían evitarse con la intervención temprana.
- Es más fácil influir en el curso del desarrollo cuando el cerebro tiene mayor plasticidad.
Se puede hacer una analogía con la visión, donde está bien reconocido que la ambliopía debe corregirse en una etapa temprana de la vida, porque de lo contrario las vías visuales en el cerebro no se desarrollan normalmente, y el potencial para una buena visión en el ojo perezoso se pierde.
En el 2010, un informe del Ministro de Salud inglés G. Allen enfatizaba que la intervención temprana mejoraba los resultados sociales y emocionales de los niños. Así también se ahorraría mucho dinero que de lo contrario se gastaría en tratar los problemas que se manifestarían más adelante en la infancia.
El informe de Allen no decía mucho sobre el desarrollo del lenguaje de los niños, pero a menudo se presentan argumentos similares, en muchos países.
Sin embargo, existe un problema...
La intervención temprana tiene un problema bien documentado:
Se conoce como el "error tardío".
Sencillamente, cuanto antes identifique las dificultades de lenguaje de los niños, mayor será la proporción de casos
"falsos positivos" que se curarán espontáneamente sin ninguna intervención.
Hace muchos años que se conoce este fenómeno:
Por ejemplo, un estudio realizado por Fischel et al. En 1989 siguió a 26 niños de dos años reclutados porque sus padres informaron que
entendían las oraciones completas pero que solo podían decir unas pocas palabras.
Cinco meses después de la evaluación inicial, un tercio aún tenía problemas, un tercio había mejorado algo y un tercio se encontraba en el rango normal.
El estudio realizado por Thal et al en 1991 dio seguimiento a diez niños que obtuvieron un puntaje de 10% en vocabulario expresivo entre los 18 y 29 meses de edad.
Un año después de la evaluación inicial, seis se habían puesto al día, mientras que los cuatro restantes aún tenían retraso en el lenguaje.
Estos primeros estudios a pequeña escala han sido confirmados por estudios poblacionales mucho más grandes en los Países Bajos y Australia.
El fenómeno tardío se demostró claramente en un estudio que se publicó en el BMJ realizado por un equipo australiano encabezado por la Profesora en
pediatría Melissa Wake y la patóloga del habla, Sheena Reilly.
Reclutaron niños de un gran estudio de base poblacional, donde se les pidió a los padres que completaran una prueba de detección de
vocabulario Sure Start cuando sus hijos tenían 18 meses de edad, así como una lista de verificación de comportamiento infantil.
Se informó que casi el 20% de los niños no tenían palabras habladas o eran muy limitadas. 301 de estos niños fueron asignados al azar a grupos de intervención o control.
La intervención, "Aprendamos lenguaje", se basó en un enfoque ampliamente utilizado en el que los padres son capacitados para adoptar estrategias para mejorar las interacciones comunicativas con sus hijos.
A los niños se les hizo una evaluación detallada a los 2 años de edad, y nuevamente a los 3 años.
Los resultados fueron sorprendentes. Los autores notaron varias fortalezas y debilidades de su estudio.
Entre ellos, discutieron la posibilidad de que la intensidad de la intervención (6 sesiones semanales de 2 horas de duración) pudo no haber sido suficiente.
Pero siguieron señalando que "las puntuaciones normales en lenguaje promedio y vocabulario logradas por los niños, tanto de intervención como de control a los 3 años, sugería que la resolución natural, en lugar de que la intensidad de la intervención fuera demasiado baja, explica los hallazgos nulos".
Luego señalaron la siguiente conclusión aleccionadora:
Sencillamente, si se interviene con niños que probablemente mejoren espontáneamente, habrá un desperdicio considerable de recursos y
de las familias.
¿Significa esto que debemos renunciar a la intervención temprana? No.
Pero sí significa que debemos apuntar a esa intervención mucho más cuidadosamente.
Una de las grandes preguntas para quienes investigan en el retraso en el lenguaje es encontrar características que permitan identificar a los niños que no mejorarán espontáneamente.
Esto ha demostrado ser sorprendentemente difícil.
Otro mensaje importante se aplica a los estudios de intervención más generales.
Si se aplica una intervención para una afección que mejora espontáneamente, es fácil convencerse de que ha sido eficaz.
Los padres fueron muy positivos sobre el programa de intervención.
Hubo una asistencia notablemente buena, y cuando se les pidió que calificaran las características específicas del programa y sus efectos, alrededor de tres cuartos de los padres dieron respuestas positivas.
Esto puede explicar por qué tanto a los padres como a los profesionales les resulta difícil creer que tales intervenciones no tengan impacto: sí ven mejoras.
Solo si se realiza un ensayo clínico aleatorizado adecuadamente controlado, la falta de efecto se hará evidente, no porque los niños tratados no mejoren, sino porque el grupo de control también mejora.
Referencia: Open Access
Wake M, Tobin S, Girolametto L, Ukoumunne OC, Gold L, Levickis P, Sheehan J, Goldfeld S, & Reilly S (2011). Outcomes of population based language promotion for slow to talk toddlers at ages 2 and 3 years: Let's Learn Language cluster randomised controlled trial. BMJ (Clinical research ed.), 343