El alcohol y los estudios epidemiológicos

Los seres humanos han estado bebiendo brebajes fermentados desde el comienzo de los tiempos. Pero a pesar de esa larga relación con el alcohol, todavía no sabemos qué hace exactamente la molécula con nuestros cerebros para crear sensación de intoxicación. 

 

Del mismo modo, aunque los daños a la salud debidos al consumo excesivo de alcohol son bastante obvios, los científicos han luchado para identificar a qué efectos negativos pueden conducir el consumo de volúmenes menores. 

 

En septiembre pasado, The Lancet publicó un estudio que se considera el análisis global más completo de los riesgos del consumo de alcohol. 

 

Su conclusión sonaba inequívoca: "El nivel más seguro de consumo de alcohol es ninguno".

 

En la actualidad, clasificar las investigaciones sobre conductas que optimizan el bienestar puede resultar difícil. Muchas veces, un estudio científico se convierte rápidamente en un comunicado de prensa. A menudo, circula una corriente constante de titulares que parecen contradecirse entre sí, lo que hace que sea fácil ignorarlos. El café, el alcohol, el chocolate, etc. son "buenos" y "malos" para muchas cosas, lo que hace que la gente termine sin crer en las investigaciones.

 

¿Cómo saber en qué investigación confiar?

 

Hay que poner la investigación del alcohol en contexto. 

 

El estudio del Lancet es epidemiológico, lo que significa que busca patrones en los datos relacionados con la salud de poblaciones enteras. Esos datos pueden provenir de encuestas o registros públicos que describen cómo se comportan las personas en sus entornos cotidianos (se llama Big data), entornos que no pueden ser controlados en absoluto. 

 

Los estudios epidemiológicos son un medio crucial para descubrir posibles relaciones entre diferentes variables y observar cómo cambian con el tiempo. (Hipócrates fundó el campo cuando planteó una causa ambiental más que sobrenatural para la malaria, que, según observó, ocurría con mayor frecuencia en áreas pantanosas).

 

Estos estudios pueden incluir millones de personas (mucho más de lo que podría ingresarse en un estudio controlado aleatorizado) y constituyen una forma ética de estudiar los comportamientos de riesgo: no se puede experimentar asignando al azar a un grupo de personas a conducir alcoholizadas o sobrias durante un año. 

 

Pero, los estudios epidemiólogos solo pueden observar y no controlan las condiciones en que se comportan los sujetos, entonces, hay un gran número de variables que se desconocen sobre ellos, lo que significa que no pueden definir con certeza que una determinada variable es causante de un efecto observado.

 

La epidemiología moderna despegó en las décadas de los 50 y 60, cuando investigadores de salud pública de Estados Unidos y Gran Bretaña comenzaron estudios a largo plazo que rastrearon una amplia variedad de factores de salud en miles de personas durante décadas y los encuestaron sobre su comportamiento, para tratar de identificar riesgos. 

 

Lo que encontraron cuando observaron el consumo de alcohol en particular fue desconcertante: Las personas que informaron que eran bebedores moderados tendían a tener un menor riesgo de mortalidad y más problemas de salud específicos que los abstinentes. 

 

Entonces, ¿esto significa que una cierta cantidad de alcohol aporta un efecto "protector"?  Y si es así, ¿cuánto? 

 

En 1992, un estudio influyente en The Lancet, observó que los franceses tenían un riesgo mucho menor de muerte por enfermedad coronaria que las personas en otros países desarrollados, a pesar de que todos consumían altos niveles de grasa saturada. 

 

Los autores propusieron que la razón de lo observado era que los franceses bebían significativamente más vino. Esa es la razón de por qué persiste la noción de que el alcohol puede mejorar la salud cardiovascular, incluso aún hoy, cuando hay pruebas significativas de que puede causar cáncer y otros problemas de salud y aumentar el riesgo de lesiones y muerte. 

 

Pero también surgieron contrahipótesis igualmente plausibles para explicar por qué a los abstemios les fue peor que a los bebedores moderados. Por ejemplo, las personas pueden abstenerse de consumir alcohol porque ya tienen mala salud, y la mayoría de los estudios no pueden distinguir entre las personas que nunca han tomado alcohol y las que bebían mucho antes en sus vidas y luego abandonaron. 

 

A lo largo de los años, en comparación con la abstinencia, el consumo moderado de alcohol se asoció con afecciones que, lógicamente, no tenían ninguna relación este hábito como, por ejemplo, un menor riesgo de sordera, fracturas de cadera o resfrío común. 

 

El problema es que no se cuenta con un grupo comparativo en epidemiología del alcohol y esto afecta los resultados de las investigaciones. Todo lo que sabemos es que el riesgo aumenta cuanto más se bebe. Pero sin un grupo de comparación confiable, es imposible decir con exactitud cuán graves son esos riesgos. Se hace evidente establecer un punto de comparación. 

 

Los autores de un reciente estudio del Lancet intentaron abordar este problema, al menos en parte, eliminando a los antiguos bebedores de su grupo de referencia, dejando solo a los que nunca habían bebido. 

 

Para hacerlo, pasaron dos años buscando todos los estudios epidemiológicos de alcohol que se habían realizado y que cumplían ciertos criterios y luego extrajeron los datos originales. Marcaron aquellos que ya habían excluido a los antiguos bebedores, lo que, pensaron, haría que el grupo de comparación fuera más preciso; a los que no lo habían hecho, les aplicaron un modelo matemático que controlaría las diferencias entre su grupo de comparación y el de los estudios seleccionados.

 

Los resultados, que se desglosan por edad, sexo, 195 ubicaciones geográficas y 23 problemas de salud previamente asociados con el alcohol, mostraron que, en general, en comparación con el hecho de tomar cero bebidas por día, tomar una bebida diaria aumentaba el riesgo de desarrollar infecciones como tuberculosis, diabetes, ocho tipos de cáncer, accidentes y autolesiones. (Cuanto más bebían, más altos eran esos riesgos).

 

Esto sugiere que, en general, los beneficios de abstenerse en realidad superan la pérdida de cualquier mejora en la salud que pueda ofrecer el consumo moderado de alcohol. 

 

Sin embargo, los resultados también mostraron que una ración diaria de alcohol reducía ligeramente el riesgo de ciertos tipos de enfermedades cardíacas, especialmente en los países desarrollados, donde las personas tienen muchas más probabilidades de vivir el tiempo suficiente para desarrollarlas.  

 

Entonces, ¿qué le decimos a los pacientes?

 

Si se trata de un paciente bebedor diario, que sobrevivió al mayor riesgo de accidentes o cáncer que tienen las personas jóvenes o de mediana edad por ese consumo de alcohol, a los 80 años de edad, cuando la enfermedad cardíaca se convierta en una causa importante de muerte, su consumo moderado de alcohol podría prolongar su vida. 

 

Sin embargo, también podría ser su resistencia biológica innata lo que lo mantiene suficientemente sano como para beber. Los datos aún no lo pueden decir!!!

 

Tené en cuenta que los estudios de poblaciones, como este, no pretenden cambiar directamente el comportamiento individual. Ofrecen generalizaciones: el consumo de alcohol es probablemente más riesgoso y menos potencialmente beneficioso de lo que pensábamos.

 

A veces esto sirve para influir en las políticas, como impuestos más altos sobre el alcohol o las etiquetas con advertencia en las botellas.

 

 

Fig.1 Etiquetado de alcohol. (Luchemos para que salga en Argentina)

 

 

 

Paradójicamente, solo si esas políticas, a su vez, reducen la cantidad que beben millones de personas, sabremos si eso mejora la salud general. Ya lo demostró la ley contra el tabaquismo.

 

En lo inmediato, una mejor manera de entender el valor de los estudios científicos podría ser pensar en cada uno como un ligero ajuste de una receta de lentes de anteojos. 

 

Cada uno responde a la pregunta "¿Es más claro así o así?" Y, al hacerlo, pone de relieve nuestra visión de la realidad, nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. 

 

Si nos detenemos demasiado en las conclusiones que los estudios parecen ofrecer, en lugar de considerar también cómo se alcanzaron, corremos el riesgo de perdernos uno de los grandes beneficios del proceso científico: su capacidad para revelar todo lo que no sabemos.

 

 

Kim Tingley NYtimes

 

https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(18)31310-2/fulltext