COVID-19. ¿Son los niños transmisores de la enfermedad?

Resumido de Kelvin AA, Halperin S. COVID-19 in children: the link in the transmission chain. Lancet Infect Dis. 2020 March 25, y disponible en:
https://www.thelancet.com/action/showPdf?pii=S1473-3099%2820%2930236-X

 

En general, la población infantil y sobre todo los lactantes, por tener el sistema respiratorio menos desarrollado y el sistema inmune inmaduro, son más proclives a presentar enfermedades respiratorias debilitantes y tienen más riesgo de necesitar internación hospitalaria, cuando son afectados por virus que comúnmente no agreden a niños mayores o a los adultos, como el virus sincicial respiratorio, adenovirus o influenza. Por lo tanto es muy llamativo que este grupo se vea afectado con tan poca frecuencia por el COVID-19.

 

Entre los adultos, los síntomas descritos con mayor frecuencia son la fiebre, la tos y la disnea. La presencia de disnea se correlaciona mucho más con la posibilidad de hallar neumonía bilateral con patrón radiológico de infiltrados intersticiales en las radiografías, o tipo vidrio esmerilado en las tomografías. Si bien la contagiosidad y la letalidad del COVID-19 cambia de país en país, hoy ya no hay dudas que la edad es un factor de riesgo para empeorar el pronóstico. A mayor edad peor mortalidad. Entonces, el hallazgo de que la población menor de 10 años de edad en general no supere al 1% de los infectados en todas los trabajos publicados hasta ahora es realmente sorprendente.

 

El trabajo publicado por Haiyan Qiu y cols, basado en la evaluación de 36 niños de entre 1 y 16 años de edad afectados por COVID19 en China,  intenta aportar información sobre la evolución de los síntomas de la enfermedad, para desarrollar medidas que permitan evitar la transmisión viral. Los pacientes enrolados fueron incorporados desde tres hospitales de Zheijang, provincia de China. Los estratificaron según la gravedad clínica, (infección bacteriana, fúngica, sepsis, y diferentes fallas orgánicas); y  todos eran sometidos a examen tomográfico de tórax para la búsqueda de neumonía. 

 

Diez de los casos (28%) eran asintomáticos, y fueron identificados por ser contactos de un caso adulto confirmado. Ninguno de estos desarrolló enfermedad grave. Del resto de los niños, que fueron los que tuvieron las diferentes formas de enfermedad, el hallazgo clínico más frecuente fue la neumonía (19/53%); en segundo lugar, la presencia de fiebre, tos o ambos. Se les ofreció tratamiento de forma agresiva con interferón en aerosol y jarabe de lopinavir/ritonavir cada 12 horas por 14 días a 14 niños (39%) y oxigenoterapia solo a 6 (17%).

 

Específicamente, los datos mostraron que la mitad de los pacientes pediátricos con COVID-19 con enfermedad leve o asintomática, tenía neumonía.  Por lo tanto no se sabe cómo decidir a quién ofrecer los tratamientos antivirales e inmunomoduladores, particularmente en vista de la alta proporción de contactos infectados asintomáticos. Se podría pensar que los niños tienen mecanismos específicos que regulan la interacción entre el sistema inmunitario y el aparato respiratorio, y esto les permitiría sufrir la infección de una forma más leve. 

 

Los autores piensan que  los infiltrados pulmonares pueden tener un efecto protector. Debido a la buena correlación entre las radiografías y tomografías, a este subgrupo no estaría recomendado evaluarlos con tomografías para evitar la exposición a la radiación. 

 

El hallazgo más importante del trabajo es que pareciera que los niños son proclives a la infección, pero con la particularidad de no expresarla clínicamente, y por ende ser portadores que facilitan el contagio a los demás. Por lo tanto no estaría mal pensar en medidas de mayor cuidado de la interacción entre niños (incluso sanos) y personas mayores de 65 años para proteger a esta población. 

 

 


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