Inmunidad y COVID-19

La disponibilidad generalizada de ensayos comerciales que detectan anticuerpos contra el COVID-19 ha permitido a los investigadores examinar la inmunidad adquirida de manera natural a nivel poblacional.
 
Varios estudios encontraron que la seroprevalencia del SARS-CoV-2 (es decir, el porcentaje de la población con anticuerpos contra el coronavirus) se ha mantenido por debajo de 20%, incluso en las áreas más afectadas como España e Italia.
 
Existe un nuevo estudio sobre la seroprevalencia en algunos sitios de Estados Unidos que amplía una investigación previa del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés). Con muestras de suero de laboratorios clínicos comerciales, los investigadores encontraron el nivel más alto de seroprevalencia en Nueva York. Este aumentó de 6.9% en marzo a casi 25% antes de mediados de agosto. Sin embargo, en la mayoría de los estados la seroprevalencia se mantuvo por debajo de 10% durante todo el período estudiado e incluso en varios lugares estuvo por debajo de 1%. Además, los investigadores vieron que la seroprevalencia tendió a disminuir con el tiempo aunque, en algunos estados como Georgia y Minnesota, las tasas aumentaron durante el período de estudio. La principal conclusión de este estudio es que, a pesar de la pandemia, la mayoría de las personas en Estados Unidos no tienen evidencia por anticuerpos de infección por COVID-19.
 
Uno de los puntos fuertes del estudio es el uso del suero residual de pruebas clínicas de rutina de los laboratorios comerciales nacionales, en lugar del suero de personas sospechosas de tener COVID-19. Este enfoque permitió un muestreo de población menos sesgado que en otros estudios. Sin embargo, una limitación de este enfoque es que las personas con más probabilidades de obtener resultados positivos para anticuerpos (aquellos con preocupación clínica por una infección previa) fueron excluidos, lo que podría resultar en una subestimación de la seroprevalencia poblacional.
 
Otra fuerza del estudio es el análisis de más de 130.000 muestras de los 50 estados de Estados Unidos más Washington, DC y Puerto Rico.
 
Por último, al evaluar la seroprevalencia a lo largo del tiempo en cada área geográfica los investigadores impartieron una dinámica espacio-temporal a los resultados.

 

Inmunidad de rebaño
 
La esperanza unificadora para poner fin a la pandemia de COVID-19 es el desarrollo de una inmunidad de rebaño o colectiva que detenga los ciclos continuos de infección y enfermedad.
 
Aunque no existen datos para definir el umbral exacto necesario para lograr este tipo de inmunidad contra el SARS-CoV-2, el modelado y la extrapolación de enfermedades similares sugieren que más del 60% de la población (y tal vez hasta el 80%), necesita ser inmune para que la tasa de replicación viral caiga por debajo de 1, lo que permitiría un nivel modesto de control de la enfermedad. Tal inmunidad puede lograrse mediante la recuperación de muchas personas de una infección o, mejor aún, mediante la disponibilidad de vacunas eficaces.

 

 

 

 

Desafortunadamente, la historia ha demostrado que, aunque la inmunidad colectiva resultante de una infección natural puede frenar pandemias, no erradica enfermedades. El antecedente histórico que se aproxima mucho, y que fue sustancialmente peor que la pandemia actual, es la pandemia de influenza H1N1 de 1918. Después de más de 2 años, 500 millones de infecciones y 50 millones de muertes en todo el mundo, niveles suficientes de inmunidad colectiva finalmente detuvieron la continua propagación del virus y la sociedad comenzó a recuperarse. Sin embargo, las variantes de ese virus todavía están presentes por lo que el resurgimiento de subtipos del H1N1 sigue siendo una preocupación.
 
Del mismo modo, los virus del sarampión, papera, rubéola, polio y viruela alguna vez mataron o mutilaron a millones de personas anualmente a pesar de inducir una inmunidad protectora a largo plazo después de una infección natural. 
 
Entonces, en la era pre vacuna, la inmunidad natural permitió que las personas coexistieran con los virus pero nunca los erradicó. A su llegada, las inmunizaciones redujeron la carga de enfermedad de estos agentes en más del 99%. De hecho, la viruela sigue siendo la única enfermedad erradicada en la historia de la humanidad. Sin dudas, un logro de la vacunación, no de la inmunidad natural.
 
Pero, hasta que se disponga de vacunas seguras y eficaces, la inmunidad natural y las medidas de salud pública son los enfoques principales para manejar las pandemias.
 
Desafortunadamente, aún no se sabe si la detección de anticuerpos anti-SARS-CoV-2 se asocia con una inmunidad protectora. Es posible que se requiera de una cantidad específica de un subtipo particular de anticuerpo que se una a zonas especiales del virus. Este anticuerpo podrían ser diferente a aquellos que los ensayos comerciales buscan.

Pero, independientemente de si aquellos expuestos y recuperados al COVID-19 tengan títulos de anticuerpos medibles o no, se cree posible que estén protegidos contra futuras infecciones en ambos escenarios. Si bien el papel de las células T en la inmunidad protectora contra el coronavirus y la asociación entre inmunidad basada en anticuerpos y la memoria inmunológica permanecen indefinidos, hay razones para ser optimistas. Una de las principales es que a casi un año del inicio de la pandemia, con más de 30 millones de infecciones confirmadas, hay muy pocas reinfección documentadas. Además, el análisis del plasma de la mayoría de las personas con que se curaron de la infección por COVID-19 tienen anticuerpos “neutralizantes”. Basado en la experiencia inmunológica con otros virus, la presencia de anticuerpos neutralizantes suele asociarse con la protección.
 
Por lo tanto, hasta que se disponga de más datos, es razonable suponer que la infección natural con SARS-CoV-2 puede conducir a una inmunidad protectora.

En esta línea, la protección generada en los pacientes infectados sugiere que las vacunas deberían inducir una inmunidad protectora.
 
Cambio de la seroprevalencia con el tiempo

 

La disminución de la seroprevalencia de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 con el tiempo no es inesperado ni alarmante. La caída de los títulos de inmunoglobulinas son normales en todas las enfermedades infecciosas y no necesariamente indican la pérdida de la inmunidad a largo plazo.
 
Habitualmente los títulos de inmunoglobulina G aumentan durante las semanas posteriores a la infección y luego bajan a medida que las células plasmáticas (que son las que secretan activamente los anticuerpos), disminuyen. Sin embargo, los linfocitos B y T de memoria en reposo continúan circulando durante años o décadas. Estos linfocitos son los que median la inmunidad a largo plazo.
 
La experiencia con otros virus del tracto respiratorio sugiere que la inmunidad a serotipos virales específicos dura mucho tiempo. Este fue el caso con el virus H1N1 que causó la pandemia de influenza de 1918. Los adolescentes sobrevivientes experimentaron por décadas protección contra la reinfección.
 
En resumen

 

La buena noticia es que el número limitado de reinfecciones por SARSCoV-2 hasta la fecha y la experiencia de infecciones naturales con otros virus sugieren que la inmunidad protectora contra el COVID-19 debería presagiar el éxito de las vacunas.
 
La mala noticia es que, al igual que la pandemia de influenza de 1918, el logro de la inmunidad a través de la infección natural llevará años de doloroso sacrificio, que se contabiliza en numerosas muertes, graves secuelas de la salud a largo plazo, trastornos económicos generalizados y privación.
 
Se espera que las vacunas seguras y eficaces ayuden a evitar las consecuencias de esperar el desarrollo de la inmunidad colectiva, como lo han hecho de manera confiable para muchos otros virus respiratorios.
 
Referencia


https://jamanetwork.com/journals/jamainternalmedicine/fullarticle/2773575

 

27-11-20