Crisis de pareja

Los cambios experimentados en nuestra sociedad se ven reflejados en los comportamientos de las familias y su dinámica. La disminución de matrimonios, el aumento de la convivencia de prueba y de la convivencia permanente, el incremento de divorcios y separaciones, el cambio en las edades  para decidir procrear, la familias ensambladas (constituidas por segundas uniones), los medio hermanos, las familias sostenidas por un solo progenitor, las familias de parejas de un mismo sexo, son algunos de los cambios que se han dado en las últimas décadas. Nos toca a los profesionales de la salud acompañar a estas familias en distintos procesos y en determinadas oportunidades en situaciones de crisis.  
 
Existen momentos en la vida de una familia (como la decisión de la convivencia, la llegada de un hijo, el ingreso de un hijo a una nueva etapa escolar, la partida de un hijo del hogar, la jubilación),  que si bien son esperables y en general deseados, no dejan de involucrar un cambio que puede significar una crisis. Otras situaciones menos esperadas como una enfermedad, la pérdida de trabajo, el cambio del lugar de residencia, un aborto, un fracaso económico, etc.,  son sin duda  motivo también de posibles crisis.
 
La posibilidad de una separación o de un divorcio no son hechos tan infrecuentes como en otras épocas y si bien cada situación familiar es única como la historia de cada individuo, se pueden encontrar algunas características comunes. 
Muchas parejas deciden separarse alrededor de alguna crisis esperable o no. En muchos casos la dificultad está vinculada a la capacidad de la pareja de reformular sus roles,  de reconocer que están frente a una nueva etapa, con nuevos desafíos, tal vez con nuevos proyectos y que requiere posiblemente un nuevo contrato en la pareja y nuevas reglas. La dificultad puede estar también en poder  reconocer la crisis misma, no es infrecuente que para un miembro de la pareja la crisis sea evidente y para el otro no. 

Un ejemplo que representa un cambio obvio en la dinámica de la familia es cuando un hijo ingresa a la adolescencia, momento en el que el mundo extra-familiar tiene mayor injerencia, este paso implica dar mayor autonomía y mayor responsabilidad al adolescente, los padres deben modificar su vínculo con el hijo que ya no es un niño, y al mismo tiempo verán modificado el vínculo de la pareja que tendrán distintas ocupaciones respecto del adolescente. Este cambio que puede parecer sencillo, esperado y deseado en la familia, puede ser motivo de conflicto si alguno de los miembros no logra adaptarse al cambio. De la misma manera, otras situaciones, a veces más complejas requieren de la adaptación y el crecimiento de los integrantes de la familia para lograr la resolución de un conflicto. 

Al mismo tiempo sabemos que las parejas se conforman con deseos y proyectos explícitos y probablemente también con un número importante de supuestos y de contratos implícitos que no siempre han sido expuestos en voz alta y configuran una parte importante de las razones por las que dos personas se unen. El deseo de tener hijos o no, de tener uno, dos o tres, el proyecto de vivir en una casa o en un departamento, de alquilar o ser propietario, de educar en una religión o no a los hijos, el rol de proveedor del bienestar económico compartido o no, el rol de ama de casa compartido o no, la participación en la vida familiar de la familia de origen de cada uno de los miembros de la pareja, la idea sobre la vida sexual de la pareja, son algunas de las variantes que pueden haber sido explicitadas o no en torno a la unión de la misma. 
El problema de los supuestos es que no siempre son los mismos para cada uno de los miembros, y las expectativas de cada uno respecto del otro o de cómo funcionará la pareja en torno a distintas circunstancias pueden ser diferentes. Poner sobre la mesa las creencias de cada uno y desactivar expectativas irreales puede ser beneficioso a la hora de generar pautas dónde la pareja pueda realmente complementarse.  
 
Sin duda cada uno de los individuos de la pareja debe ceder parte de su individualidad para generar el sentido de pertenencia, obviamente sin perderse a sí mismo.   
Existen límites para con el entorno que pueden proteger a la pareja, la que debe poder preservar un espacio propio.
Un factor que no es menor son las opiniones de los que rodean a la pareja, familiares, amigos, conocidos, etc.  Cuando una crisis de pareja se extiende más allá de la pareja, trasciende la intimidad de la misma, probablemente la crisis adquiere una relevancia mayor, y si bien en un inicio los que rodean a la pareja intentan no tomar partido a menos que exista alguna situación de injusticia que claramente perjudica a uno de los integrantes, finalmente se va generando un círculo que defiende la posición de uno o de otro según afinidad. Es posible que finalmente solo se termine reafirmando la postura individual y pocas veces favorezcan un nuevo encuentro.  

Existen distintos espacios terapéuticos que pueden ayudar a las familias en estas situaciones. En ocasiones puede ser útil la terapia de pareja o la terapia familiar, donde el terapeuta no toma partido y puede a su vez tomar las voces de los que rodean a la pareja a favor de la misma. Los médicos de familia contamos con una herramienta llamada FOCO (familia, orientación y contexto) que es un espacio de no más de seis entrevistas de cuarenta minutos aproximadamente destinado a trabajar con la pareja o la familia sobre el proceso que atraviesan.    
La resolución de una crisis, finalmente el reafirmar el sentido de nuestra vida, y de nuestra vida con el otro, así como valorar la posibilidad de cambio dentro de la pareja,  nos permitirá pasar a una nueva etapa de la vida más fortalecidos y con mayor madurez. Tomar conciencia de que estos cambios son parte de un proceso puede ayudarnos a buscar la elaboración y superación de estas etapas. 
 
Autor: Dra. Cecilia Calvo
Médica de Familia