Exponerse a la infección por coronavirus no es una buena idea

En medio del aislamiento, el cansancio, la ansiedad, el aburrimiento, la parálisis de nuestra actividad, de nuestro trabajo, de nuestros ingresos,  aparecen pensamientos intentando encontrar razones para abandonar la cuarentena o el distanciamiento físico. Quedarnos en casa puede parecer una actitud pasiva, pero es la mejor acción, hasta ahora, para disminuir el impacto de la enfermedad COVID-19.


Surgen argumentos para enfrentar esta enfermedad que desafían las recomendaciones de las autoridades políticas y sanitarias. Los argumentos pueden ser de los más variados, desde exponerse a la infección buscando la inmunidad de la población joven aparentemente menos vulnerable, pasando por la creencia de que simplemente hay que atravesar esta pandemia confrontándola, hasta las visiones apocalípticas que nunca faltan. 


Sin duda un virus es para gran parte de la población, una palabra que lo único que transmite es incertidumbre, intangibilidad. Sin embargo las consecuencias de este virus podemos verlas permanentemente en las noticias que nos llegan de otros países más afectados.


Pelear contra un virus que no vemos puede resultar frustrante. Estamos acostumbrados que cuando tenemos un catarro o una diarrea que se considera viral, lo que los médicos nos dicen básicamente es que hay que esperar que se pase. Y nos preguntamos por qué esta situación no podemos enfrentarla de manera similar.


Sencillamente, porque partimos de premisas erróneas o afirmando conceptos que aún se desconocen.


Lo primero que debemos entender es que generar inmunidad a través de la exposición al virus provocando la infección es absolutamente diferente de generar inmunidad a través de una vacuna. Una infección tiene riesgos que no tiene una vacuna. 



Una infección, a diferencia de una vacuna, puede provocar enfermedad de leve a moderada y también severa y, en algunos casos, puede llevar a la muerte aún en personas jóvenes. Cuando los médicos hablamos de una enfermedad leve, hacemos referencia tanto a manifestaciones con escasos síntomas como a presentaciones que pueden implicar malestar general, fiebre, tos intensa y dolor en el cuerpo, es decir que la enfermedad leve también puede implicar un sufrimiento significativo. Una enfermedad severa provocará dificultad para respirar y, en ciertos casos, requerirá de asistencia respiratoria mecánica a través de lo que conocemos como respirador.  Es probable también que quienes logren superar formas severas de la enfermedad presenten secuelas posteriores. Una pregunta sin respuesta es si el virus puede permanecer en la persona aún resuelta la infección aguda. Enfermarse no es un buen negocio.  


Una infección, a diferencia de una vacuna, favorece el contagio de otras personas, quienes tal vez no deseen exponerse o pertenezcan a grupos con riesgo de presentar formas más severas de la enfermedad o con mayor riesgo de muerte por presentar patologías crónicas como diabetes o enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) entre otras o bien por ser mayores de 70 años.


Una infección, a diferencia de una vacuna, no siempre genera inmunidad, se cree que las personas que padecen el COVID- 19 podrían generar anticuerpos protectores, pero no se conoce mucho aún sobre la respuesta inmunológica generada. Por ejemplo, una de las preguntas sobre este aspecto es cuánto tiempo podría durar esta protección. Además, sabemos que para lograr el efecto de inmunidad suficiente en la población general se requiere de una estrategia que solo podemos alcanzar a través de la vacunación y no por medio de la transmisión no controlada de persona a persona del virus.  



Una infección como el COVID-19 que se disemina tan rápido, favoreciendo el contagio masivo en corto plazo, y con un porcentaje de presentaciones que requieren hospitalización y cuidados intensivos superiores  a los que podría abarcar un sistema de salud, puede poner en jaque nuestra labor asistencial causando un verdadero desastre sanitario.


Muchas veces los argumentos para romper con las medidas de distanciamiento parten de necesidades genuinas, o de intenciones basadas en sentimientos nobles. Sin embargo en medio de una gran incertidumbre tenemos algunas pocas certezas que tratamos de transmitir.  Insistimos en las medidas de distanciamiento físico, higiene de manos, evitar tocarse la cara, estornudar o toser en el pliegue del brazo, evitar el contacto con personas sintomáticas y reforzar estas medidas fundamentalmente en la población de adultos mayores y personas con problemas crónicos de salud.  

Exponerse a la infección es una muy mala idea.